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miércoles, 17 de agosto de 2016

Colaboración: El Claro de la Mañana






Como casi todos los años veo caer el invierno, espero la llegada del otoño y la movida de las hojas de los árboles por el viento. Mirando con instinto cinegético  y no querer antes sopesar  lo que viene, sentir como cae  sobre mi cabeza y cuerpo un conjunto de situaciones predecibles, capaces de hacerme sentir pesaroso al tiempo. Tanto que termino por creer que no pueda hacerlo, que los síntomas son diferente a como los he venido viendo, anhelo despertar de la angustia; nadie tiene un ápice de  culpa de lo que oscurece todo. No es la nube sonrosada que hizo una sombra en el suelo, no es el canto de avutarda nocturna que eriza los pelos. En fin no ha sido el viento que la empuja por entre las puntas de las montañas coronadas de sus azules cuerpos, que se encontraba bañada por el torrente de una ráfaga de viento que en el horizonte parece que se mueven acompasadas.
Así logré entender que todo sigue su movimiento y que el resultado obtenido del laborioso día, no es más que la suma equitativa de dos términos, que si bien hoy estuviste mejor, mañana será diferente aun que no sea de tu agrado. De esta manera sabemos sin egoísmos que se logra entender la vida, sin discusiones insulsas con ella y vuestros adentros. Nadie puede cambiar lo que de la vida heredamos, y seremos ese camino sucesivos de circunstancias que pudieron siempre terminar en lo mismo de siempre, pero vamos a imprimir coloridos a la hoja blanca, seremos protagonistas de lo nuestro, cuando seamos capaces de identificar el camino a donde queremos ir, volteemos ese rumbo a donde deseamos estar en un momento, notar cada cosa en el ambiente sin ocultar detalles, momentos silenciosos de la naturaleza cambiante, y darnos cuenta que así sería nuestra vida, conforme a lo que permitamos y a gusto con lo que nos hace felices.
¡Ah naturaleza prodigiosa! Hoy nos llenaste el alma con tus colores, nos haces sentir que el mundo en que vivo es una fantasía, cuando contemplo tus aromas, la acuarela y la figura inquieta encajada en mi alma de tus pinceles, esa nube que desgarra a lo lejos las blanquecinas motas algodonadas por entre el velo azul de la bóveda de tu cuerpo. En tanto pude ver más allá de lo que me ocultaba la luz blanca del día. Como aquel que deja escapar la vista por la película transparente de ese tamiz entretejido de múltiples hilos ante sus ojos, que conforman ese cuerpo tuyo envidiado por los pintores. Esta mañana me despertaron los pájaros animados anunciando que venias, despidiendo mil botones de estrellas que tachonaban lo que quedó de una esplendida noche, inverosímil en mis recuerdos que pasan a cada momento la película con la que hoy sueño, y así poder compartirla con ustedes lectores. Darles un poco de este gozo que sublima el alma hasta el confín del Olimpo, haciéndonos creer que si es posible tanta belleza imprimida en sentimientos y en los restos de arboles tejidos. Arboles que copian cada momento de los que no escapa la memoria de los hombres, buscando que transciende el pensamiento, suba como la espuma de leche blanca, que recién ordeñada se eleva en el cubo de acero.
Los grillos hacían lo propio entre pequeños arbustos verdes en la maleza, se despedían cantado a la dama que esta noche nuevamente nos engalana, y pude comprender que no era un adiós, es la insinuación palpable de que volvería en unas horas, con el canto penetrante de la lechuza, que pasa entre cortando con su grito el espeso y ennegrecido ambiente. Por más que dure la vida de algunos seres, esto continuo pasando, y por lo pronto me doy cuenta que el mundo sigue en su movimiento y solo llegamos a ser el efluvio pasajero de los años en el momento que se termina el aliento. Mientras ella la hermosa naturaleza sigue allí intercambiado sus besos a las seis de la mañana, con el primer rayo de luz que ilumina todo lo que se mueve. Si pudimos entender que se acaba la vida para aquel que no observa, y pasa sin dejar una huella de calzado por dónde camina. El caminar de los hombres. Es el ósculo arrodillado cuando alzamos la cúspide blanca de las montañas. Y de esta manera nos despedimos amigo lector impaciente, disfruta con parsimonia cada hilo amarillo del rey del cielo, haz que un instante sean como el último momento.
Colaboración de: Daniel Verantegui (@DaniVera69)

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