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viernes, 14 de agosto de 2015

La confesión



La lluvia caía con fuerza sobre los desvencijados tejados de la aldea, produciendo un incesante repiqueteo. Los caminos estaban enfangados y los campesinos habían regresado a toda prisa a sus casas. En el cielo centelleaban los relámpago y los truenos unían sus gritos al constante concierto envolvente. En el resguardo de su casa, junto a un acogedor fuego, un anciano contemplaba ensimismado como las llamas lamian la madera mientras la iban consumiendo lentamente. A su alrededor revoloteaban varios niños y niñas, todos ellos hijos de sus hijos.

El rostro del anciano mostraba la angustia de los recuerdos que revivía mientras su mente viajaba libre entre las abrasadoras llamas, aunque los juegos de sus nietos a veces parecían amenazar con sacarlo de su ensoñación.

Sus dos hijos varones reían y bebían con el marido de su hija, jugaban a los dados algunos peniques que habían ahorrado en las últimas semanas. Las mujeres se reunían alrededor de una pequeña mesa sobre la que habían dispuesto las cosas para preparar la cena. Puerros, un par de zanahorias, algunas patatas y un buen trozo de carne de venado. El hijo mayor del anciano había salido recientemente de caza y había tenido bastante éxito, al menos no pasarían hambre durante algunas semanas.

Cenaron exquisitos manjares de la tierra, una tierra que trabajaban a diario con el sudor de su frente. Los sonidos de la tormenta y el crepitar del fuego se confundían con las risas que todos los comensales se dirigían unos a otros, con la excepción del anciano que miraba a todos en completo silencio y con profunda meditación. Cuando todos hubieron terminado, las mujeres comenzaron a recoger la mesa, los hombres se recostaron y se sirvieron enormes jarras de vino y los niños se reunieron alrededor del calor de la chimenea.

El viento silbaba por entre las ranuras de la madera, un enorme charco de agua se había formado a los pies de la puerta, el brillo de los relámpagos se abría paso por los huecos de las ventanas y el ensordecedor sonido de los truenos lo envolvía todo. Los niños comenzaron a agitarse y a mirara a sus padres, los cuales, ebrios por el alcohol, comenzaban a decir sin sentidos y a tocar sin pudor a sus esposas.

El anciano, con un gesto no apreciado por sus hijos ni por sus cónyuges, se retiro a la planta superior con los más pequeños, asustados como estaban por el temporal que se habían desatado fuera de aquellas paredes echas de adobe.

-Abuelo, ¿Qué sucede?- pregunto uno de los niños.
- Hace mucho, mucho tiempo, en estas tierras regia un señor. Un alma oscura, más que un hombre un demonio con aspecto humano. Ese señor, todo un Conde, durante generaciones mato, experimentó y miles de cosas más, a almas puras como las vuestras. Ese demonio, según me conto mi padre y a este su padre, dormía durante el día y por la noche salía imbuido en su manto de tiniebla. Tomaba el aspecto de un murciélago y volaba en busca de sus presas. Se decía que había conseguido aquellos poderes gracias a un pacto con el propio diablo, él le conseguía almas y el demonio le daba todo lo que necesitase para ello. Volaba en las tinieblas para acercarse a sus presas y alimentarse de la propia vida de sus víctimas. Aquello y solo aquello era lo único que le mantenía con vida. El demonio le había otorgado la vida inmortal, pero para poder mantenerla debía de alimentarse de ella…- el anciano pareció perderse en la memoria de sus recuerdos.

-Abuelo, sigue contándonos.- lo saco de su meditación la más pequeña de las niñas.

-¿Qué sucedió con aquel conde?- pregunto el mayor de los niños.

-Sí..., perdonad. Durante siglos vivió alimentándose de los mortales y experimentando con ellos. Creó muchos siervos, entre ellos su más ferviente seguidor era su mayordomo. Una criatura capaz de cambiar a forma de lobo. Muchos fueron los hombres que intentaron acabar con la vida de su señor, más incluso que estrellas hay en el firmamento. Pero en Conde, siempre era capaz de sobrevivir, bien por sus medios, bien por la voluntad de sus propios seguidores. Aquellos eran tiempos de oscuridad y terror para aquellos que no sabían servir con firmeza al señor de estas tierras. Una noche, los mismos aldeanos consiguieron apartar del castillo a los mayores seguidores del Conde, entre ellos a su amado mayordomo, y aprovechando toda esta confusión, un numeroso grupo de cazadores de brujas, farsantes la mayoría de ellos, lograron entrar en el castillo y llegar hasta el Conde. Durante horas discutieron sobre como poder acabar con él de una vez por todas, pero tanto discutir les hizo perder la ventaja de la situación, la noche cayó sobre estas tierras y el señor del condado despertó de su letargo diurno en el interior de su ataúd.

-Y los mato a todos. ¿No es así abuelo?

-No pequeño. Durante algunos minutos estudio la situación y escucho con cautela la conversación de todos aquellos que lo rodeaban, aguardando el momento de actuar e intervenir. Finalmente, uno de ellos saco de su toga una estaca de madera y se inclino sobre el Conde con la intención de clavársela en el corazón y de ese modo acabar con la vida de aquel demonio. Pero cuando estuvo suficientemente cerca, aquella alma oscura salto sobre su cuello y se alimento de la vida que se escavaba de aquel cuerpo. Después, con una velocidad propia de un ser oscuro, fue arrebatándole la vida uno a uno a todos aquellos que estaban allí y que, sin dar crédito a lo que veían, permanecían como petrificados. En un último y fugaz reflejo, el último de los cazadores logro asestar un certero golpe con su estaca en mitad del pecho del diablo. Este, con cara desencajada y los ojos llenos de desconcierto, se desplomo sobre las lapidas del suelo. El joven cazador aviso de lo ocurrido con gran presteza, pero a la llegada de los aldeanos al castillo este se hallaba envuelto en llamas. Junto a las puertas, casi sin vida, encontraron a uno de los cazadores que juraba haber sido él quien comenzase el fuego para impedir que la bestia fuese capaz de huir. Pero mientras el moribundo hombre balbuceaba a los aldeanos, el joven cazador temblaba lleno de pánico al comprender, viendo el rojo reflejo de los ojos del moribundo, que todo aquello no era más que una treta de su nuevo señor.- el anciano contemplo a los dormidos niños.

En el exterior la tormenta había cesado y podía oírse en la distancia los aullidos de los lobos a la luna llena. El anciano descendió a la planta de abajo, donde dormitaban los adultos, y tomando su capa salió sin hacer ruido. Mientras cerraba la puerta tras de sí, echó un último vistazo a su interior y susurro casi para dentro de sí mismo…

-Dormid mis queridos, dormid. El señor de estas tierras a regresado para reclamar sus dominios y una vez más la sangre de mi tatarabuelo, el único cazador superviviente de aquella noche, reclama acabar con este tormento que dura ya demasiados siglos. Esta noche espero que todo termine, de no ser así todos vosotros, vuestros hijos y los hijos de vuestros hijos serán malditos y se verán obligados a convertirse en siervos de un nuevo señor, como en su tiempo se vio obligado el propio hermano de mi tatarabuelo, quien por las noches guarda el sepulcro de su señor con forma de lobo. Que vuestra sangre os guarde, pues los dioses hace siglos que nos abandonaron.

Cerró la puerta y sin más armas que una estaca se encamino a acabar con sus propios ancianos y con el renacido señor de las tierras el conde Drácula.

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