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viernes, 14 de agosto de 2015

El trono del Faraón



El Nilo ha crecido cuantiosamente y sus aguas transcurren en armonía rio abajo, sus ricas aguas inundan las tierras de cultivo bendiciéndolas para que sean muy fértiles en la próxima cosecha. Los niños juegan animosamente, mientras las barcas de sus padres regresan a puerto cargadas con el pescado capturado durante las primeras horas de la mañana.

Cerca de los muelles donde los pescadores se afanan en descargar la carga de sus barcas, el mercado bulle de vida. Los mercaderes gritan al populacho sus mercancías mientras los soldados del faraón mantienen la paz en medio de toda aquella jauría humana. Nada hace pensar que la paz y la tranquilidad de una mañana de mercado puedan ser enturbiadas por nada ni por nadie.

Mientras la gente común comercia, regatea o compra, el fuerte latido del corazón de un hombre se acelera por momentos. Cada rostro, cada palabra, cada gesto, parece señalarlo y desenmascararlo antes las decenas de personas y soldados que concurren entre las infinitas calles del bazar. Intenta huir, marcharse de aquel atestado lugar lo antes posible, llega tarde a la cita con sus hermanos y ello, en un día como hoy, no puede permitirse. Cualquier error, llegados a estas alturas, podría significar la diferencia entre el éxito o la muerte del fracaso.

Camina veloz hacia la salida, por fin logra perderse entre las sombras de una de las callejuelas que concurren en aquel lugar. Ha logrado pasar desapercibido por esta vez, pero deberá aprender a calmarse o sus nervios podrían jugarle una mala pasada la próxima vez. No, no abría una próxima vez si todos cumplían con su parte del plan.

Allí estaba, por fin había logrado llegar, la tercera casa a la derecha del taller del maestro alfarero. Sus tres hermanos de culto seguramente lo estarían aguardando en el interior, solo ansiaba que no lo hubiesen tachado ya de traidor. Había tardado tanto por culpa del mercader que había traído la caja, que tanto aguardaban, en barco por el Nilo, no había sido culpa suya. Ahora tenía entre sus manos aquello que durante tanto tiempo habían deseado con ansias, ahora podían ejecutar de una vez por todas sus planes.

Ahora, antes de cruzar la puerta debía de cumplir con uno de sus más fieles rituales, colocarse sobre la cara la máscara de Horus antes de encontrarse con sus compañeros. Sabia por que se escondían ante el resto de mortales, pero no comprendía el por qué de tener que utilizar mascaras para ocultar sus rostros entre ellos mismos. Sus hermanos de culto se lo habían explicado como un hecho de protección, como salvaguardia por si alguno caía que no pudiese revelar la identidad del resto. De hecho solo aquel oculto tras la cara de Amón los conocía, el había sido quien los había encontrado y reunido.

Una vez colocada la máscara entro en la casa sin hacer ruido alguno, sus tres hermanos de culto lo miraron. Los tres estaban sentados alrededor de una pequeña mesa de madera alrededor de la cual había cuatro sillas, cuatro cuencos de barro llenos de vino concluían todo el mobiliario del interior de la casa. Las mascaras de Amón, Ptah y Seth ocultaban los rostros del resto del grupo.

Horus se disculpo ante el resto de asistentes que le reprochaban la tardanza de su llegada, pero todos se calmaron al saber que traía consigo el objeto de su misión. Amón repartió un papiro a cada uno, en el interior de ellos explicaba con sumo cuidado el resto del plan, un secreto que hasta entonces había guardado con muchísimo recelo. Ahora todos sabrían qué hacer y donde debían de estar, ahora comenzaba el verdadero trabajo y de ello dependería por completo la victoria.

Fueron saliendo de uno en uno y perdiéndose por las enredadas callejuelas del barrio de los artesanos.

Horus caminaba mucho más tranquilo de regreso al palacio del faraón, aquel lugar que tan bien conocía desde hacía muchos años. Su padre había sido el cocinero personal de Nefernefruatón y anteriormente el ayudante del cocinero de la mismísima Nefertiti, pero ahora él era el encargado de cocinar todas las comidas que el nuevo faraón y su familia tomaban. Aquello era parte del plan, gracias a su estatus podría ejecutar su parte sin mucha dificultad. Si todo salía como Amón le había prometido, en poco tiempo estaría colmado de riquezas, mujeres y lujos.

Tras presentarse ante los guardias entro a las cocinas y allí se quedo sentado meditando en todo lo que había ocurrido en los últimos cuatro años, en como de ser un leal servidor del faraón se había convertido en un conspirador de su trono. Su alma se retorcía ante los miles de castigos que Ra podría infringirle, pero su codicia se regocijaba ante la inminente llegada de todo lo que durante su dura vida de sirviente había deseado.

Aun recordaba con toda claridad el día que encontró el primer mensaje de Amón escrito en una de las planchas de madera que venían con las mercancías del mercado. En aquel mensaje le pedía con urgencia que se reuniese con él al anochecer cerca del embarcadero real y que hiciese lo que hiciese destruyese la madera para que no quedase restos de ella. Así lo había hecho, la había destruido por completo, aunque la verdad es que para que acudiese a aquella extraña cita en un primer momento solo se le ocurría una explicación, la curiosidad de saber quién era el extraño que le enviaba un mensaje a través de una madera en un envío del mercado.

Aquella noche fue la primera vez que vio a Amón, estaba escondido entre la penumbra, de él solo era visible su fortaleza física y aquella enorme mascara del Dios. Le había ofrecido riquezas y mujeres a cambio de traicionar al faraón, Amón le aseguraba que el seria el heredero del trono por línea directa y que una vez estuviese coronado le daría todo lo que le había prometido y mucho mas. La verdad es que siempre había ansiado todo aquello, pero en un principio rechazo el ofrecimiento y regreso al palacio. Pero día tras día le llegaban regalos de Amón, brazaletes de oro con incrustaciones de zafiros y rubíes, collares de marfil, e infinidad de objetos preciosos de toda clase. Hasta que finalmente accedió a cumplir con los deseos de su nuevo camarada, traicionar al protegido de Satet, el faraón.

Durante meses no se habían visto, solo mantenían una secreta correspondencia por mensajes cifrados y ocultos entre los numerosos pedidos del mercado. Pero la noche había llegado, aquella en la que Amón le presentaría el resto de miembros del plan y les contaría que era exactamente lo que había estado planeando. Aquella noche fue cuando vio por primera vez a Ptah y a Seth. Seth era corpulento, un hombre rudo y con bastante temperamento, alguien semejante a Amón, pero Ptah era débil, frágil y de poco carácter. La verdad es que en aquel entonces no comprendía muy bien que hacía en aquel lugar, pero a lo largo de los años había cambiado y hoy por hoy no sabía quién le daba más miedo, si Ptah o Amón.

Con gran esfuerzo rechaza los pensamientos del pasado, debe de concentrarse en lo que tiene por delante, debe de preparar la última comida del faraón. Debe de prepararlo todo con mucho cuidado, en la cocina hay un soldado de la guardia personal del faraón observándole, lo vigilan a él y al resto de cocineros. Siempre están ahí, observando que no hagan nada extraño en la comida y mucho menos en la del propio faraón y en la de su familia.

Con cuidado comienza a preparar las aves asadas y el buey, seguidamente se pone manos a la obra con las verduras, picando con gran esmero los pequeños trozos de ajo. Por último toma la base para el pastel que otro de los cocineros le ha preparado y comienza a decorarlo con exquisito gusto con dátiles y pasas. Entra otro guardia en la cocina, va directo al soldado que día tras día los vigila. Horus se siente inquieto, el recién llegado lo mira con disimulo, intenta no ser pillado, pero lo mira a él, solo a él.

-Ghassam, el general Horemheb ordena que vallas enseguida a sus aposentos.
-Hacufa, quédate a vigilar. Es orden del mismísimo faraón que se vigile a aquellos que deben de preparar los alimentos.
-Yo ocupare tu lugar.

El soldado parte a toda prisa, por el pasillo se escucha los chasquidos de sus chanclas. El recién llegado mira de un lado a otro, cuidadosamente posa su mirada sobre Horus y tras unos segundos de incertidumbre abandona la sala. El corazón de Horus se siente aliviado, aquel soldado debe de ser uno de sus hermanos de culto y le ha ayudado para que pueda hacer su parte del plan. Rápidamente saca la caja que tan cuidadosamente había escondido durante todo el día, la abre con delicadeza y toma de su interior las semillas de la nuez vómica. Aquello acabaría con la vida del faraón.

Mezcla en un mortero de yeso las semillas con un poco de agua y miel, con delicadeza machaca la mezcla hasta que las semillas quedan lo suficientemente trituradas como para que no se puedan distinguir a simple vista. Corta la base del pastel cónico y vierte en su interior la mezcla mortal, por el exterior vierte el resto de la miel para que endulce y no se note el sabor agrio de la nuez.

Ahora todo está preparado, solo queda esperar a que los criados vengan a recoger la cena para servírsela al hijo de Ra, y antes de que la luna recorra su camino en los cielos todo habrá acabado para el faraón.

El soldado regresa acalorado por la carrera, se ha sorprendido al ver que su compañero Hacufa no está en la cocina. Con recelo mira a los sirvientes allí reunidos, pero no hace nada más. Horus se retira del pastel y se centra de nuevo en cortar algunas verduras mas, sabe que tiene que desviar las sospechas que el soldado pueda tener sobre el pastel.

Su corazón esta desbocado, acaba de sonar la llamada a la cena. Los sirvientes llegaran de un momento a otro y se llevaran para siempre el pastel que le traerá todos sus sueños de riqueza y poder. Uno a uno los siervos desfilan por la cocina recogiendo los alimento que durante horas han estado preparando los cocineros reales y desaparecen con la misma presura por la puerta por la que han llegado. Horus se sienta en una caja a la espera de que la noticia de la muerte del faraón llegue hasta sus oídos.

Los sirvientes recorren los amplios y decorados pasillos que conducen hasta los aposentos del faraón niño. Esta noche no se encontraba bien y ha decidido cenar a solas en sus aposentos personales. En la puerta de la habitación aguardan cuatro soldados, el general Horemheb y su consejero Jeperjeperura Ay.

Dos esclavas abanican al faraón en la cálida noche, mientras que tres bailarinas ejecutan sensuales movimientos para deleite y disfrute del pequeño dios en la tierra mientras que dos esclavos tocan la chirimía y la guitarra. Los sirvientes depositan los manjares y vuelven a marcharse dejando a solas al faraón y a su reducido grupo de acompañantes.

En la puerta el consejero camina de un lado a otro sin descanso, mientras los guardias y el general permanecen a la espera de cualquier cosa que este fuera de lo normal. El sonido de la música flota suavemente en el cálido ambiente, el sonido de los animales salvajes del exterior armoniza con las notas, todo es calma. La noche transcurre lenta pero inexorablemente.

Al canto del búho lo acompaña el sofocado grito de las esclavas que salen corriendo de la estancia privada del faraón. Las bailarinas corren asustadas, los esclavos salen huyendo con sus instrumentos temiendo ser presa de la cólera de los soldados. El general y el consejero del joven faraón Tutankhamon se precipitan a toda velocidad al interior de la habitación, en donde encuentran el cuerpo del joven soberano convulsionándose en el suelo.

-Rápido, llamad a los médicos.
-Arrestad a los músicos y a las esclavas, ellos son los culpables.

Gritan uno y otro mientras el cuerpo del joven no para de dar saltos sin control sobre el duro y frio suelo de la habitación.

Al cabo de unos minutos y antes de que los médicos logren llegar, el cuerpo del joven yace inmóvil y sin vida. El joven faraón ha sido asesinado.
Los esclavos que huyeron han sido ejecutados y los médicos indagan sobre las causas que pudieron provocar la muerte del hijo de Ra, mientras un soldado da la voz de alarma al encontrar en la cocina a otro soldado que acaba de asesinar a uno de los cocineros personales del fallecido faraón. El soldado es apresado y ajusticiado en el mismo momento por mano del propio general.

Todo ha terminado, las primeras horas del día dan comienzo. En una oscura casucha a las afuera de la ciudad dos enmascarados se reúnen, uno es Amón y el otro Ptah.

-Todo ha terminado como esperábamos, pronto recibirás tu recompensa amigo mío por ayudarme a conseguir el trono del faraón.
-Eso espero hermano.
-Cuídate, espero que los dioses te guíen.

Ptah sale de la casa y se marcha, atrás queda Amón sentado solo en la mesa de madera. Entre susurros se logra oír…

-De momento te sentaras tu Jeperjeperura, pero pronto, muy pronto, la espada de Anubis penderá sobre tu cabeza y yo gobernare el alto y bajo Egipto con la bendición de Ra y la protección de Satet.

El Sol desciende rápidamente en el horizonte, una sombra camina a gran velocidad por las calles de la ciudad. Esta es la noche, hoy por fin llegara todo a su fin. Su hermano de armas, aquel que lleva la máscara de Amón, lograra por fin su trono y él el oro prometido…

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